OPINIÓN: Lágrimas por San Lorenzo
Nadie dijo que fuese a resultar fácil; nadie dijo que una lucha, por pequeña que pudiera parecer, no fuese tediosa; nadie dijo que este, precisamente este momento, fuese el más indicado para poner encima de la mesa la Iglesia de San Lorenzo y su ruina... Ese es el problema, que nadie o casi nadie ha dicho nada, o casi nada, en mucho tiempo.
El caso es que, entre tantas preocupaciones y quebraderos de cabeza que tenemos todos, unas voces se han alzado en este sentido gritando «¡¡ya está bien!!». Ya está bien de tanta dejadez, de tanta incompetencia, de tanta vena flemática que crece y crece ante tanto desatino sin atinar.
Es fácil tomar unas cañas con unos amigos o ponerse frente al teclado de un ordenador para jugar a políticos o a jueces, emitiendo elementos de juicio y valor que pretenden sentar cátedra y, lo que es más jocoso y grotesco aún, dictando sentencias con las que el mismo Séneca podría parecer un mero aprendiz.
Algunas causas pueden parecer más o menos justas, más o menos apropiadas o banales al plantearse en determinados momentos o coyunturas, o incluso de mayor o menor interés para un individuo o para una colectividad, sobre todo, si no nos va la vida en ello o tienen su repercusión sobre nuestros esquilmados bolsillos. Pero nadie puede negar que el tesón de aquellos que gritan por una causa razonable no posee menos valor que el que calla y otorga.
Quienes hemos alzado la voz a favor de la Iglesia de San Lorenzo ahora, no pretendemos nada más que llamar la atención sobre un problema importante que presenta desde hace mucho tiempo este edificio y que, aunque se piense que no es prioritario en el momento actual, muchas personas, amantes de la cultura, pensamos que sí lo es.
Estamos en un mundo estigmatizado por el poder económico. términos o expresiones tales como mercado, prima de riesgo, inflación, déficit... han cobrado en los últimos tiempos un protagonismo inusitado que relega a un plano ínfimo algo tan sumamente importante como los valores (y no me estoy refiriendo con esta palabra a los bursátiles). Hablo de valores con mayúscula, algo inherente al ser humano, algo que muchas veces nosotros mismos nos encargamos de amordazar, de ahogar, en deferencia a la falsa creencia que lo económico es lo realmente importante y lo que prima. ¡Qué error más grande!
Cuando una persona pierde su identidad no es de extrañar que pierda también su alma. Queda vacía, hueca, carente de todo sentido y de toda esperanza. Nuestro patrimonio es parte de nuestra identidad, nuestra cultura ¿entendemos lo que significa esto?. Si dejamos que se pierda, si dejamos que se desmorone bajo la débil excusa que nos aporta el no mover ni tan siquiera un músculo en su defensa, nos estamos condenando a una especie de ostracismo del que difícilmente podremos salir. Pero aún más grave resulta el hecho de no permitir disfrutar, a quienes nos sucederán, de un legado que afortunadamente hoy nosotros estamos en disposición de recuperar.
La Iglesia de San Lorenzo de Úbeda no es únicamente un inmueble con unas características y unos elementos artísticos más o menos plausibles; es un símbolo. Un símbolo de todo aquello que hemos perdido, de aquello que ya no podremos recuperar, un símbolo de esa identidad que nos define como personas y como integrantes de una colectividad que ha de sentirse afortunada por vivir su día a día en una ciudad como Úbeda. Es también un símbolo que nos alerta de todas esas heridas que hemos de curar, de esas magulladuras que no sanarán por sí solas si no es gracias a una intervención oportuna. Esto es un deber de todos y debe de convertirse en un compromiso real. Es también símbolo de una lucha continuada, a lo largo de distintas generaciones de ubetenses, por el deseo de que sus puertas vuelvan a abrirse.
Todos hemos de cerrar filas en torno a San Lorenzo y todos debemos pedir su restauración y puesta en valor, luchar porque no desaparezca, porque si así sucediese, si San Lorenzo muriese, una parte de cada ciudadano de Úbeda, de cada ubetense, moriría con él.
Es hora de colaborar para no tener que verter Lágrimas por San Lorenzo. Es hora de hacer algo por nosotros mismos y gritar juntos: ¡Salvemos San Lorenzo!
Francisco Javier Ruiz Ramos es historiador del arte.
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